MAYTE DEL SOL
Soñar es una de las experiencias más misteriosas y curiosas
de nuestra vida. Todos los seres humanos soñamos cada noche - salvo casos
extremos de desorden psicológico -, aunque la mayoría no sea consciente de ello
cuando despierta, ya que se llegan a olvidar hasta el 90% de los sueños.
Incluso las personas que quedaron ciegas después de nacer pueden ver imágenes
en sus sueños (no ocurre lo mismo con los que nacieron ya ciegos, que no las
ven, aunque en sus sueños participen otros sentidos como el oído, olfato, tacto
y emociones). A pesar de que algo habitual sea olvidar en su mayor parte
nuestras experiencias oníricas, los sueños tienen una gran importancia y
función en nuestra vida. De ahí que hayan sido objeto de numerosos estudios y
análisis a lo largo de los siglos para tratar de comprender e interpretar su
significado.
La historia nos deja buena muestra de ello. Por poner un
ejemplo, durante la época de la Antigua Roma algunos sueños se presentaban al
Senado para su análisis e interpretación. Esto se hacía porque creían que los
sueños eran mensajes enviados por los dioses a los hombres. Era tal su
importancia, que incluso había un “empleo” muy reputado en esa sociedad, la de
intérprete de sueños, el cual acompañaba a los grandes militares en las
batallas para ver qué augurios les traían a éstos últimos sus sueños. También
se sabe que muchos artistas desarrollan sus ideas creativas interpretando sus
sueños, y que grandes inventores y personajes históricos realizaron sus
descubrimientos o pergeñaron sus batallas siguiendo sus sueños. Incluso hoy
día, muchas personas consultamos decisiones con la almohada para encontrar un
consejo ante un problema. Pero, ¿qué
sabemos acerca de los sueños?
Científicamente hablando, soñar es un proceso mental
involuntario que todos los seres humanos realizamos, y en el que se produce una
reelaboración de informaciones almacenadas en la memoria, generalmente
relacionadas con experiencias vividas por la persona en los días o meses
anteriores. Aunque esta es la teoría demostrada, hoy sabemos que también pueden
tener un sentido mucho más profundo o ser experiencias de distinto tipo a las
meramente oníricas.
Digamos que el acto de soñar nos sumerge en una realidad
virtual formada por imágenes, sonidos, pensamientos y/o sensaciones. Los
recuerdos que se mantienen al despertar pueden ser simples (una imagen, un
sonido, una idea, etc.) o muy elaborados. Los sueños más elaborados contienen
escenas, personajes, escenarios y objetos. Se ha comprobado que puede haber
sueños en cualquiera de las fases del dormir humano; sin embargo, se recuerdan
mejor los sueños, y éstos son más elaborados en la llamada fase REM (Movimiento
Ocular Rápido; en inglés, REM: Rapid Eye Movement), que tiene lugar en el
último tramo del ciclo del sueño. No obstante, no voy a exponer aquí cuál es el
proceso que siguen nuestros sueños habituales, ya que se ha repetido hasta la
saciedad en muchos otros lugares.
Siguiendo este paseo de la mano de la ciencia, ésta nos aclara
que los sueños se producen como resultado de un complicado proceso que implica
a los recuerdos y al hipocampo, una región del cerebro asociada a la memoria.
Según se ha podido determinar de manera científica, los recuerdos con los que
soñamos pueden tener una antigüedad de hasta una semana, lo que ha desvelado el
funcionamiento hasta ahora oculto de la memoria: nuestros recuerdos pasan de
una región del cerebro a otra antes de ser almacenados, y durante ese intervalo
soñamos con ellos.
Parece demostrado ampliamente que nuestra vida cotidiana es
el semillero de nuestros sueños. Las experiencias que tenemos a lo largo del
día suelen ser el origen de las imágenes oníricas que generamos mientras
dormimos. Pero, ¿cuáles son los mecanismos que nos permiten construir dichas
imágenes?, ¿tienen alguna relación las imágenes con la formación de nuestra
memoria? Y lo que es más importante, ¿tenemos alguna experiencia onírica que se
salga de estos patrones y cánones admitidos como ley por la ciencia?
Se ha discutido mucho sobre este tema, y todo ello continúa
siendo un misterio muy difícil de resolver. Los recuerdos de gente, lugares,
actividades que hacemos, o de las emociones que sentimos, se reflejan en
nuestros sueños, pero suele ser de manera tan fragmentada que no podemos
predecir cómo aparecerán. Curiosamente, una de las características de los
sueños es que rara vez, excepto en casos de problemas postraumáticos, reflejan
una experiencia completa. Una idea, un objeto, una textura que hemos percibido
durante el día, es lo que en realidad aparece mayormente en nuestros sueños.
El psiquiatra austríaco Sigmund Freud bautizó a este tipo de
sueños como “residuos diurnos”, habitualmente conocidos también como “de
descarga”, esto es, los recuerdos que se nos quedan prendidos en la memoria
durante el día, y que pueden aparecer 5 ó 7 días más tarde en nuestros sueños.
Freud pensaba que estos residuos aparecían en los sueños la misma noche o la
siguiente a haberlos vivido, pero las últimas investigaciones realizadas han demostrado
que los recuerdos cotidianos pueden perdurar activos más tiempo, conclusión que
ya apuntó su colega, el suizo Carl. G. Jung.
Sin embargo, toda esta teoría resulta convincente sólo para
aquellos que no han experimentado ciertas experiencias inquietantes, o que no
han sabido dar explicación a fenómenos extraños dentro de sus sueños. Para ello
es fundamental recordar las experiencias vividas en la noche, o la “historia
completa” del sueño, pero este aspecto encuentra a menudo obstáculos. En la actualidad
sabemos que a los 5 minutos de habernos despertado vamos a olvidar la mitad de
los sueños, y que al cabo de 10 minutos habremos perdido cerca del 90%, pero
muchas veces los recuerdos son tan vívidos que todos estos plazos, tiempos y
estadísticas saltan por los aires para disolverse en el éter de la duda y la
perplejidad. ¿Qué ocurre cuando notamos que alguien nos ha rozado la cara pero
estamos durmiendo solos en nuestra cama? ¿qué hay acerca de esos personajes
misteriosos que nos traen mensajes que jamás habíamos escuchado, para cumplirse
días después tal como ellos nos los transmitieron? ¿qué hay acerca de seres
fallecidos nuestros que se aparecen de forma extraña y nos hablan? ¿por qué se
producen sueños compartidos, experimentados de idéntica forma por dos personas
que comparten el lecho? Demasiadas preguntas para escasas respuestas empíricas.
Está claro que la mayoría de los sueños son fundamentalmente
simbólicos, y me gusta decir la “mayoría” porque personalmente considero que no
lo son todos. Cada elemento del sueño significa algo diferente, por lo que si
soñamos con algún tema en particular, no es habitual interpretar que el sueño
sea acerca de eso. Incluso puede haber sueños recurrentes, es decir, el relato
del mismo sueño repetido noche tras noche, en un periodo corto de tiempo o
incluso en diferentes ocasiones del mismo sueño. Los sueños hablan en un
lenguaje profundamente confuso y esconden múltiples mensajes encriptados o
simbólicos, en los que a menudo experimentamos profundas emociones. De todas
ellas, la más común es la ansiedad, y por desgracia, las emociones negativas
son las más habituales, mucho más que las positivas.
La ciencia, poco a poco, va desvelándonos secretos acerca del
mundo onírico pero, sin duda, lo mejor está todavía por llegar. Mientras tanto,
seguiremos soñando y descubriendo territorios desconocidos e inexplorados. La
magia está servida.
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