Amado Carbonell
Portal de Santa Ana. www.aparisconelena.com
Cuantas veces habremos leído o
escuchado mitos y leyendas sobre personas que a lo largo de la historia han
realizado pactos con el diablo, para lograr un amor no correspondido, alcanzar
la fama o incluso desear la muerte de un cruel enemigo, a cambio de que la
persona que suplica los macabros servicios del maligno, entregue a éste su alma
tras fallecer como pago.
Hay relatos en los que dichos
pactos son retorcidos de tal manera, que incluso el solicitante es capaz de
jugar hábilmente con las palabras, hasta llegar a confundir al propio Satanás,
siendo uno de estos supuestos casos el de la opera de Johan Wolfgang Von Goethe:
Fausto. Un médico de renombre, una persona de éxito pero insatisfecha de su
propia humanidad y limitaciones, que en un arrebato de desesperación decide
realizar un pacto con Mefistófeles para que éste le conceda la juventud,
conocimientos ocultos y los placeres de la vida, a cambio de hacerle entre de
su alma al llegar el ocaso de su vida.
Una de estas trágicas leyendas
sigue aún viva en nuestros días, un mito envuelto de dudas y misterio que dio
su inicio entre los muros de la Catedral de París, Notre Dame, poco antes de
finalizar la construcción de la misma.
El origen de este mito daría
comienzo en la década de 1340, cuando un joven y conocido herrero llamado Biscornet
recibiría el encargo de acabar los trabajos de forja para adornar con
filigranas la puerta de Santa Ana, un portalón de doble hoja situada al sur del
edificio de la propia catedral.
Biscornet era conocido por su arte
con la forja, y se sentía realmente orgulloso de poder añadir un elemento tan
importante a la gran catedral de París, asegurándose así de que su nombre
quedaría plasmado en los anales de la historia de la ciudad. Pero al dar inicio
a aquel proyecto, fue consciente de que era demasiado trabajo para una sola
persona, pues era el remate final antes de la apertura de puertas inaugural y
la presión le iba causando grandes periodos de depresión y ansiedad, a la vez
que día a día, la fecha de finalización se aproximaba rápidamente y era
consciente de que su trabajo no avanzaba como él esperaba.
Desesperado, abandonó su lugar de
trabajo para pedir ayuda a colegas y conocidos, pero todos le dieron la
espalda, ya que sabían que aquel iba a ser un trabajo titánico, y fallar con
la fecha de plazo conllevaría graves consecuencias para los trabajadores y para
el propio Biscornet.
Totalmente desmoralizado, se
entregó literalmente en cuerpo y alma a su trabajo, dejó de dormir y de comer
durante varios meses, dedicándose únicamente a terminar el encargo hasta que
finalmente cayó extenuado en el interior de la catedral.
Estando la vida del herrero al
borde del colapso y sucumbir a una agónica muerte por inanición, alguien
comenzó a dar golpes en las puertas del vetusto edificio durante la madrugada;
creyendo que sus plegarias habían sido escuchadas y la ayuda por fin había
llegado para socorrerle, Biscornet se acercó tambaleante hasta la puerta donde
habían sonado los golpes.
Cual fue su sorpresa cuando al
abrir, solo encontró una figura ante él, la cual, se le presentaría como la
encarnación del Demonio sobre la faz de la Tierra. Éste, que había observado la
fatiga y sufrimiento de aquel hombre, y sabiéndose exitoso de que si le
propusiera un pacto de colaboración al herrero, para poder ver terminado su
trabajo dentro del plazo establecido, accedería a entregar su alma sin dudarlo;
hecho que ocurriría casi de inmediato, pues tras firmar la diabólica artimaña,
ambos se dispusieron a trabajar tan raudos como les era posible hasta que finalmente,
la Puerta de Santa Ana habría quedado terminada en poco más de un día de
trabajo.
Agradecido, el herrero estrechó la
áspera mano del Diablo, el cual se desvaneció ante sus ojos mostrando una grotesca
sonrisa que le alcanzaba de oreja a oreja, recordándole el pacto que había
firmado, pero el herrero hizo caso omiso de sus palabras, pues el trabajo
estaba terminado a tiempo.
Lamentablemente, Biscornet no
llegaría a ver el culmen de su obra, pues fallecería pocos días después de
acabar el trabajo. El diablo finalmente habría cobrado su parte del pacto.
Pero esta historia no acaba aquí,
en 1345, en el momento en el que se debían abrir las puertas para dejar entrar
a los parisinos y se fascinasen con la belleza que se elevaba frente a sus
ojos, estas no cedieron ante el sacerdote, que viéndose incapaz de accionar el
mecanismo que mantenía el muro sur de Notre Dame cerrado, optó por usar un
sistema más teológico y pragmático: Hizo llamar a uno de los sacerdotes que
estaba preparando la ornamentación de la misa, y le ordenó traer un recipiente
con agua bendecida. Tras introducir y bañar abundantemente el hisopo con el
agua, bendijo enérgicamente la puerta de Santa Ana, que milagrosamente se abrió
sola, para el asombro de todos los asistentes y del propio sacerdote.
A día de hoy, esta leyenda sigue
siendo todo un misterio al que nadie ha sabido dar luz, quedando, por el
momento, como una leyenda más que engrandece la historia de la Catedral de
Notre Dame.
Aunque por otro lado, los teólogos
elucubraron una curiosa teoría sobre el joven herrero, ya que el nombre de
Biscornet, en francés podría traducirse como “Dos Cuernos”, dando a entender
que el herrero era el propio Diablo disfrazado de hombre virtuoso, para crear
la puerta de Santa Ana, pero que esta jamás hubiese podido ser abierta...
Sea como fuere, el misterio sigue
rodeando a Notre Dame, la cual, muestra todos sus encantos, secretos y enigmas
a aquellos visitantes que ávidos de conocimiento, sepan donde mirar.
Fuentes:
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