Raúl Núñez (Miembro del IIEE de Chile)
Sí me permiten los amigos lectores, me remontaré a los años
50 en nuestro especial país. Época que aún se mantenía el encanto y respeto a
los mayores, no se “tuteaba” a los padres y cuando nos dejaba algún ser
querido, una carroza tirada por majestuosos caballos negros cruzaba Santiago
con destino al Cementerio General; el cortejo pasaba ante el respeto de los
transeúntes, e incluso el saludo de los carabineros que estaban al paso de su
ruta fúnebre.
Las tardes tenían un olor a tortillas de rescoldo que eran
voceadas por vendedores vestidos de blanco, y los vecinos sacaban sillas a los
portales de sus casas para conversar en las tardes de verano. Los vecinos se
conocían y compartían.
Vamos a situamos en el barrio de las Avenidas 10 de Julio y
Portugal, céntrico y comercial lugar, no solo por sus negocios y la feria de
verduras que aún se realiza los domingos, sino por su pecaminosa calle
Ricaurte, ex "Ricantén” en aquellos años, donde había “señoras muy
maquilladas” las cuales vivían la noche con mucha intensidad.
Cerca de allí, aún permanece una misteriosa “animita” situada
en frente de la plaza que está en calle Argomedo frente el Colegio República de
México, colegio que educó y aún lo hace a muchas generaciones de chilenos….
recuerdo con especial atención, ver como algunas personas al pasar hacían la
señal de la cruz en sus frentes y observar aquellas llamas de escuálidas velas
encendidas que llenaban de curiosidad e inquietud mi reducido entorno de
aquellos años.
Animita que se hace alusión en este escrito. Aún se mantiene inalterable. |
Es en la Plaza Freire donde se realizaba todas las tardes de
Diciembre el Mes de María y la Virgen era llevada en hombros y con banderas
hasta un colegio de monjas franciscanas casi llegando a calle Lira, donde se
guardaba hasta el otro día. Hoy no existe este colegio de religiosas. ¿Y por
qué todo este preámbulo descriptivo de añoranzas?
Precisamente, es en estas calles donde a la abuela Zenobia,
le escuché historias fantásticas, algunas muy poco creíbles hoy en día, pero
que de alguna forma fueron arraigándose en mi mente. Hoy se pueden interpretar,
sin mucha claridad - todo hay que decirlo – y difícil de definir donde llegaba
la superstición y donde comenzaba la realidad.
En aquella conjunción de sentimientos, de creencias, de
opiniones y conversaciones entre vecinos hicieron que anidaran en mi persona el
bichito de la curiosidad de lo extraño y lo enigmático… donde hasta la Santa
Misa, aquellos años tenía el misterio de saber qué hacía el cura de espalda a
los feligreses, y donde el ritual alquímico de la ceremonia más respetada por
los católicas se convertía en un real misterio místico, donde nuestros pecados
infantiles resultaban desequilibrantes para nuestra niñez, y la religión se
convertía muchas veces en un verdadero calvario.
Pero siguiendo este paseo por los años 50, gran enigma era
para mí, ver a un misterioso personaje que venía por las tardes al barrio a
darles unas misteriosas “migas” a las palomas que luego les impedía volar… las
pobres atontadas eran metidas dentro de un saco y este individuo procedía al
macabro acto de azotar el saco contra el tronco de un gran árbol situado en la
calle Raulí. Toda la gente decía que eran para comérselas, y que este individuo
era muy pobre y estaba un poco loco. Para ser sincero este hombre me parecía
realmente horrible, pero existía y aparecía de vez en cuando en estas calles de
mi niñez.
Otro detalle que recuerdo y que me marcó intensamente hasta
hoy, fue cuando la abuela Zenobia, me decía mirando el cielo “los teltehues
están anunciando lluvia…” debo confesar que hasta la fecha cuando escucho estas
singulares aves graznar fuertemente, me inquieto un poco y encuentro un tenue
sabor de misterio a sus graznidos, más aún, cuando las observo anidar en el
suelo y paradas en una de sus patas… para mí son unas verdaderas aves
esotéricas, anunciadoras del agua que cae del cielo y con un halo de misterio
que nunca me ha abandonado.
Pero, lo que más quedó en mi mente fue un relato muy especial
de mi abuela materna Zenobia. Yo escuchaba entre el miedo y el asombro su
plática de un misterioso objeto volador que paso por los cielos de su casa, y
que bajó y estuvo detenido durante unos minutos en la esquina de la calle Raulí
y Ricantén. El objeto era negro según mi abuela, y tenía forma de un gran
“sombrero de copa” como el que usaba el mago Mandrake, famoso cómic en aquellos
años. El objeto luego despejó majestuosamente sin ruido alguno ante la
expectación de mi abuela y sus vecinos. ¿Qué era este objeto tan singular?
En nuestros archivos esta es la foto que más se asemeja a los descrito anteriormente. Fue captada en los años 60 por un fotógrafo anónimo en los EE.UU. |
Siempre hemos creído que nuestros antepasados eran atrasados
respecto a nosotros. No creo que mi abuela Zenobia se haya confundido, menos
mentido. Era honesta, trabajadora y sufrida mujer de pueblo… y su descripción
fue concreta y nunca se retractó de lo observado. Siempre ha estado en mi mente
aquel relato.
El tiempo me ha hecho sacar mis propias conclusiones y es así
como he tratado de dar respuestas a muchas interrogantes de aquellos años.
Algunas respuestas he podido encontrar, otras no, han permanecido en la
interrogante.
Lógico, que con la premisa de la razón muchos de estos
recuerdos y relatos de nuestros antepasados, pensemos que sus interpretaciones
sean totalmente explicables en estos tiempos modernos que vivimos, pero estoy
seguro que un ápice de interrogantes permanece intacto y sin respuesta a estas
crónicas pasadas y que muchas veces fueron de boca en boca y pasaron por varias
generaciones. Según mi humilde opinión es riesgoso englobar todo dentro de las
leyendas urbanas y desechar lo pasado, pues sí en aquellos tiempos no existía
una respuesta adecuada en la sociedad, en los días que vivimos aún permanecen
muchas incógnitas sin solución, y precisamente el fenómeno Ovni es la muestra y
ejemplo de lo mencionado.
Eran otros tiempos; donde muchas situaciones y cosas no las
entendíamos pero igualmente las seguíamos y las aceptábamos. La muestra eran
las misas en latín o se incurría en la rumorología del boca a boca para
difundir algunos comentarios ocultos entre las familias, y se utilizaba un
lenguaje cifrado denominado “jerigonza”, y que era un modo de codificar el
lenguaje (criptolalia) de forma que otras personas cercanas a los hablantes no
acostumbrados a esta forma de hablar no entendieran lo que los hablantes decían.
Para mí esto era otro misterio, y hoy en día se ha perdido totalmente esta
curiosa modalidad de lenguaje popular.
Por último, creo que estos pequeños detalles de mi infancia
con padres trabajadores y sencillos me marcaron de por vida. No me arrepiento
de nada, sólo me inquietan los mercaderes del misterio sin sentido. Solicito perdonen tanta permisiva de mi parte para confidenciarles estos pensamientos
tan personales.
NOTA: ARTÍCULO PUBLICADO EN LA PÁGINA WEB DEL INSTITUTO DE INVESTIGACIÓN Y ESTUDIOS EXOBIOLÓGICOS DE CHILE (IIEE)
Comparto tus sentimientos acerca de los misterios locales de antaño y de idiosincrasias que se fueron con el tiempo. Pues ya lo dice el refrán: "Todo tiempo pasado fue mejor".
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