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José María Ibáñez.

domingo, 15 de mayo de 2022

EL ASESINATO DE LA OUIJA

 José María Ibáñez


Foto: Pixabay


La prensa de la época bautizó este suceso como “El asesinato de la Ouija”. La historia nos remite a finales de 1929 en Cattaraugus, una reserva india de la tribu Séneca ubicada en el estado de Nueva York. Dos mujeres, Nancy Owen, de oficio curandera, de sesenta y seis años de edad y Lila Jimerson, de treinta y seis años, trabajadora en la escuela de la reserva, se disponen a realizar una sesión de espiritismo a través de la tabla ouija; ambas están dispuestas a encontrar una explicación lógica de la inesperada muerte de Charlie Brown, marido de Nancy, que también ejercía de curandero en la misma reserva.

Durante la sesión, dirigida en todo momento por la más joven, Lila Jimerson, que era la encargada de deslizar el puntero por la tabla, reciben un mensaje enviado, presuntamente, desde el más allá, dictado, supuestamente, por el fallecido, Charlie Owen. A la pregunta de cuál había sido el motivo de su inesperada muerte la tabla contesta “me mataron, me mataron”. ¿Quién lo hizo? Preguntaron de inmediato. La respuesta no se hizo esperar, “Clothilde”.

De inmediato Lila Anderson le comentó a la viuda de Chalie Brown que ella conocía a una mujer llamada Clothilde Marchant, esposa de Henri Marchant, escultor de origen francés y nacido en París, de cincuenta y dos años de edad.   

Una mañana, días después de la sesión de espiritismo, la viuda recibe por correo una carta remitida por una tal “Sra. Dooley”, afirmando que Clothilde Marchant es una bruja que por celos y utilizando malas artes es la culpable de la muerte de su difunto esposo. “Como la brujería no había funcionado –decía la carta- decidió acabar con su vida y que ella era la siguiente de la lista”. La misiva no especificaba el método utilizado por Clothilde para deshacerse de Charlie Owen.

Ni que decir tiene que la viuda, llegado el momento, decide poner las cartas sobre la mesa. Aquella mañana del 17 de marzo de 1930 Nancy Owen, decidida a vengar la muerte de su marido, se dirige en compañía de Lila Jimerson al domicilio de Clothilde Marchant; una pintora de cincuenta y tres años de edad que había dejado de lado una más que prometedora carrera artística para cuidar a sus cuatro hijos.

Mientras Lila ejerce de mera espectadora, Nancy y Clothilde se enzarzan en una  acalorada discusión y la viuda, tras acusarla de ser la culpable de la muerte de su marido, saca un martillo que lleva escondido en el bolso y golpea salvajemente a la presunta asesina hasta matarla; a continuación, para dar por terminado el trabajo, le introduce en la garganta un trapo empapado con cloroformo.

El cuerpo sin vida de Clothilde fue descubierto por su hijo de doce años al llegar de la escuela. Sin tiempo que perder acude a la policía. Horas más tarde, en el transcurso de la investigación, los agentes descubren, gracias a la confesión de varios testigos presenciales que habían observado a dos mujeres indias merodeando por la casa; también descubren que el marido de la asesinada, Henri Marchant, es asiduo visitante de la reserva de Cattaraugus, residencia habitual de las presuntas culpables, donde buscaba modelos para plasmar en sus futuras creaciones artísticas. Al día siguiente, ambas mujeres son detenidas y puestas a disposición judicial.

Llega la fecha señalada para la celebración del juicio; la sala está abarrotada y la concurrencia expectante. Durante la vista el fiscal a cargo de la acusación sufre un extraño malestar respiratorio que obliga al juez a suspender el proceso. Sin lugar a dudas se trataba de una maldición, susurraba el público asistente.

El juicio se reanudaba un año después. Nancy Owen confesó haber asesinado a Clothilde Marchant, eso sí, obligada por fuerzas sobrenaturales, utilizando algunos maleficios que no dieron los frutos apetecidos; finalmente no tuvo más remedio que recurrir al martillo y al cloroformo. A pesar de declararse culpable fue puesta en libertad tras aceptar una corta sentencia ya cumplida. Falleció años después en su casa de la reserva.

Lila Jimerson declaró estar locamente enamorada de Henri Marchand, para el que había posado como modelo en distintas ocasiones y con quién mantenía un romance secreto desde al año 1922. De hecho, implicó a su amante, asegurando que él le había comentado en más de una ocasión que ya estaba “harto de su esposa”. Fue acusada de cómplice de asesinato y de haber inducido con engaños a que Nancy Owens, finalmente, cometiera el asesinato en su propio beneficio, con la única intención de borrar de la escena a la mujer de su amante; manipuló en todo momento la sesión de ouija y fue la verdadera autora de la carta firmada por la “Sra. Dooley”.

Lila Jimerson, la autora intelectual del asesinato, fue absuelta y puesta en libertad; se casó y se trasladó a vivir no muy lejos de su antigua reserva, donde falleció en 1972. El viudo, Henri Marchant, libre de todo cargo, se mudó a la ciudad de Albany y se casó con una sobrina de dieciocho años de su difunta esposa. Falleció en 1951.

 

FUENTES:

*guioteca.com

*catamarcaya.com.ar

*radiosantiago.cl


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