LA REALIDAD OCULTA

TE INVITAMOS A VIAJAR CON NOSOTROS A TRAVÉS DE LA LÍNEA DIVISORIA QUE
SEPARA LA REALIDAD DE LA FANTASÍA.
José María Ibáñez.

lunes, 25 de noviembre de 2013

LA DULCE GOLOSÍA DE UN REY

JOSEP MARÍA OSMA BOSCH

El pasado día 21, en una de las rutas culturales por el centro histórico de Palma que imparto, organizadas por el Casal de Barri de S´Escorxador, mediante el Ajuntament de Palma, uno de los puntos que visitamos fue el Forn de la Concepció, situado en la calle de Concepció, y delante del mismo, y a modo de sintésis, narré una anécdota protagonizada por el rey Alfonso XIII (1886-1914) en una de sus visitas a Mallorca. Veamos lo sucedido.
Alfonso XIII
(Foto: Archivo Josep María Osma Bosch)

El día 17 de mayo de 1886, nacía en el madrileño Palacio Real de la Zarzuela un hijo póstumo del rey Alfonso XII (1857-1885) y de la reina regenta María Cristina de Habsburgo y Lorena (1858-1929), siendo bautizado con aguas del río Jordán, como es costumbre en los miembros de la monarquía española, con los nombres de Alfonso León Fernando María Isidro Pascual Antonio de Borbón y Austria Lorena, pasando a ser conocido en la Historia como Alfonso XIII.

Durante su reinado, iniciado al cumplirse su mayoría de edad para ser entronizado y jurar la Constitución el 17 de mayo de 1902, hasta su derrocamiento y partida hacía el exilio, tuvo a bien visitar en tres ocasiones, y de forma oficial, nuestra isla. Fue en la primera estancia en tierras mallorquinas cuando el monarca protagonizó esta curiosa anécdota.

El 25 de abril de 1902, Alfonso XIII, una vez desembarcado en el puerto de Palma, y ser recibido por las autoridades civiles militares y eclesiásticas en una galera descubierta tirada por caballos ricamente enjaezados para tan magda y real visita. A su lado izquierdo le acompañaba el presidente del Consejo de Ministros, el mallorquín Antoni Maura i Muntaner (1853-1925), quien ocuparía ese cargo en cinco ocasiones a lo largo de su carrera política. Seguidamente, y con una notable escolta militar, el joven rey inició el mismo recorrido por las calles palmesanas, abarrotadas de gente y aclamándole con vítores y aplausos: Born, Mercat, Rambla,Oms, Sant Miquel, Plaça Major, Argentería, Cort, Palau Reial y Catedral, donde se celebró el consabido Te-Deum más tarde, dando después una recepción y almuerzo en el Palacio Real de la Almudaina.

Durante su corta estancia en nuestra isla, pudo degustar la cocina autóctona, quedando encantado con unos pastelillos: los quartos embetumats. Quiso saber donde se elaboraban, Maura le dijo que eran del horno de Cas Donat (actual número 16 de la palmesana calle de la Concepció).Ni corto ni perezoso, Don Alfonso acudió al establecimiento hornero y nombró al propietario, apellidado Miralles, proveedor de la Casa Real. El soberano ordenó al pastelero que le diera la receta de tan rico manjar, pero el artesano, que únicamente en su familia era él que conocía el procedimiento de elaboración, denegó, con todo el respeto y subordinación, la petición regia.

Actual Forn de la Conceoció
(Foto: Archivo Josep María Osma Bosch)
En el año 1918, una vez finalizada la I Guerra Mundial, el monarca, organizó una cena para vencedores y vencidos. Pensó que aquellos "quartos embetumats" que tanto le engolosaron para los postres. Telegrafío al gobernador civil de Baleares para que le remitiese gran cantidad de ellos. El gobernador, que no era mallorquín, quedó en gran confusión con lo solicitado por el rey. Días más tarde, Don Alfonso, al ver que no le llegaban sus pastelitos mallorquines, volvió a enviar un telegrama al gobernador de nuestro archipiélago.

También en el Gobierno Civil, los funcionarios no eran nativos, y todos estaban apurados intentando adivinar lo que deseaba el rey. El asunto llegó a oídos de "run-run de Can Brondo", denominación palmesana de "radio calle"; fue el dueño del café Can Tomeu, de la plaza de Sa Font de Ses Tortugues, después Café Oriental y hoy reconvertido en una hamburguesería internacional, quien puso el hecho en conocimiento de Bonaventura Miralles, hijo del repostero de Ca´s Donat, hoy Forn de la Concepció el cual se puso en contacto con su padre, y de forma súbita y sin interrupción, preparó centenares de "habitaciones embadumadas", entregándolas en el Gobierno Civil para ser enviadas a la Zarzuela



viernes, 15 de noviembre de 2013

LALAURIE: LA MANSIÓN DEL HORROR

AMADO CARBONELL SANTOS

Muchas veces, después de haber visto las noticias emitidas por televisión, e intentando asimilar todo lo que nos han mostrado, nos preguntamos hasta que punto puede llegar un ser humano para satisfacer sus más bajos instintos...

Mansiín Lalaurie en 2009
(Foto: g-600m.site11.com)
En la ciudad norteamericana de Nueva Orleans, un lugar donde las gentes provenientes del norte de Estados Unidos, Europa y África, residían en un crisol de culturas y creencias tan intenso, que muchas veces las reyertas étnicas se sucedían con demasiada frecuencia. Pero esto cambió a principios del siglo XIX, cuando una nueva familia acaudalada decidió asentarse en una de sus calles más concurridas, la cual años después sería conocida como uno de los referentes más importantes dentro del ámbito de la parapsicología estadounidense. Pero lo mejor es que comencemos por los inicios de la leyenda...

A mediados de 1832, el conocido médico y cirujano francés, el Dr. Louise Lalaurie y su esposa Delphine Macarthy, una mujer que pronto sería conocida como Madame Lalaurie, adquirieron la mansión que se asentaba en 1140 de la Calle Royale, una de las calles céntricas de Nueva Orleans. La llegada de aquellos nuevos y acaudalados vecinos no tardó en hacerse notar entre las desconfiadas gentes de la ciudad.

Las fiestas y cotillones que se celebraban hasta altas horas de la madrugada y las cenas en compañía de las personas más distinguidas de la zona, eran la noticia más comentada por todos. Al parecer, los Lalaurie sabían muy bien como cuidar de todos sus invitados, que días después del evento, seguían alardeando ante conocidos y amigos de su magnifica velada en la gran mansión de la calle Royale, donde Madame Lalaurie y su esposo habían sido unos anfitriones de excepción, que contaban con la dotación de una veintena de sirvientes que eran íntegramente de raza negra; los cuales, bajo las órdenes de los Lalaurie, intentaban complacer en todo lo posible a sus mejores amigos e invitados.
Retrato de Madame Lalaurie
(Foto: hauntedamericatours.com)

Poco a poco, Madame Lalaurie se iba convirtiendo en una de las mujeres más conocidas, influyentes y envidiadas de todo Nueva Orleans. Nadie en su sano juicio, habría pensado que bajo aquella imagen de dama culta, sofisticada y distinguida, se ocultaba una persona perversa y macabra; muy asidua a propinar duras palizas, y tratos denigrantes a sus sirvientes.

La mínima falta era el detonante perfecto para encadenar a una de las criadas a la chimenea de la cocina en pleno verano, o propinar duras palizas a los criados por no doblar correctamente sus trajes de gala. Aquella casa se había convertido en un infierno para todas las personas que llegaban a trabajar en ella.

Algunas de las vecinas se habían fijado en que los Lalaurie cambiaban constantemente de criados. En una de las veces, en poco más de dos semanas, habían empezado a trabajar seis mujeres y dos hombres nuevos en la casa, siendo lo que más extrañaba a los testigos de estos hechos, que los criados que habrían sido despedidos, jamás salieron de aquellos muros.

Los gritos y chillidos de dolor de los esclavos comenzaron a escucharse incluso a varias manzanas de distancia, haciendo que las gentes se reunieran frente a la mansión alarmados por aquel sonido tan desgarrador.

Una de las primeras leyendas que se contaban de este lugar, es que uno de los residentes que vivía cerca de la casa de los Lalaurie, pudo ver como Madame Lalaurie corría por una de las terrazas del tercer piso con una fusta en sus manos, mientras trataba de alcanzar a una joven sirviente que huía despavorida de ella, para finalmente tropezar con uno de los baldosines y caer al vacío. La caída de casi diez metros de altura, provocó que la joven muriera en el acto sobre los adoquines de la calle Royale. Y pensando que nadie había visto tal atrocidad, Madame Lalaurie ordenó a dos de sus esclavos que enterrasen de forma disimulada los restos de la muchacha en los jardines de la casa.

Este fue uno de los primeros hechos que hizo dudar a los vecinos de la apariencia amable y apacible de aquella simpática pareja, los cuales fueron automáticamente denunciados a las autoridades.El juez determinó que los Lalaurie debían vender a los esclavos, pues al haber sido víctimas de unos actos tan denigrantes, lo mínimo que debían hacer era darles la posibilidad de servir en otra casa, lejos de ellos. Pero en un acto de rabia y rencor, Madame Lalaurie vendió los esclavos a unos familiares que vivían cerca de Nueva Orleans, y que a los pocos días se los devolverían a altas horas de la madrugada para que los vecinos no pudieran distinguir sus rostros, evitando de este modo nuevas denuncias contra ellos.

Los amigos e invitados de los Lalaurie dejaron de asistir a sus fiestas y cenas, evitando las habladurías de los vecinos, que tenían bien vigilados los muros de aquella enorme y oscura mansión, esperando con cierto morbo, que un nuevo escándalo protagonizado por los Lalaurie viera la luz. Fueron pasando las semanas, y la aparente tranquilidad había vuelto a la calle Royale...

Pero aquella tranquilidad no fue más que una quimera ideada por la propia Madame Lalaurie, la cual amordazaba a los esclavos y criadas cuando les azotaba con la fusta y el látigo, de este modo evitaba que los gritos de dolor se escuchasen de nuevo en las calles de Nueva Orleans. Llegando a un punto que incluso la cocinera era azotada sin piedad junto a la chimenea. Hasta que un día, un incendio comenzó a devorar toda la estructura y los muebles de la mansión, haciendo imposible controlar las llamas que avanzaban piso a piso con gran rapidez. Se dice que dicho incendio fue provocado por la cocinera, harta de sufrir las vejaciones que su ama le propinaba tan gratuitamente.

Los bomberos no tardaron en llegar a la calle Royale, en la cual comenzaron a bombear agua en las zonas bajas de la estructura antes de que pudiera verse afectada por el fuego y derrumbarse. Una vez sofocado el gran incendio, los bomberos accedieron al interior de la residencia, que estaba totalmente tiznada de negro por el fuego y el humo, tratando de encontrar algún superviviente que pudiera haber quedado rezagado en su interior.
Esclavo hallado en una de las jaulas
(Foto: theoverlooktour.blogspot.com)

El verdadero horror de la mansión Lalaurie se desató cuando los bomberos llegaron al tercer piso y abrieron una puerta camuflada en la pared. El rostro de los hombres se desencajó ante la dantesca visión que se extendía frente a ellos. Los cuerpos de hombres y mujeres desmembrados se extendían sobre las mesas de operaciones de la sala, algunos con la boca cosida, otros con los ojos extraídos de sus cuencas y conservados en recipientes de formol.

Miembros amputados, infectados de gusanos e insectos, provocando que la estancia se llenara de un olor a muerte tan nauseabundo, que muchos de los voluntarios que entraron a buscar supervivientes, no pudieron evitar vomitar directamente en el suelo. Algunos de los esclavos que estaban postrados en el suelo ensangrentado, habían sido operados para practicarles un cambio de sexo, que finalmente había terminado por contraer severas infecciones y provocarles una larga y dolorosa muerte. Dedos con uñas arrancadas, párpados cosidos, mujeres todavía con vida y con sus entrañas sobre sus propias manos, desangrándose a la vez que intentaban pedir ayuda.

Finalmente, al otro lado de la habitación, se hallaban colgadas del techo algunas jaulas de hierro donde todavía había esclavos con vida esperando su turno de martirio y dolor, los cuales fueron liberados inmediatamente por los bomberos, mientras rompían a llorar cuando salían a la calle, siendo conscientes del infierno que habían sufrido dentro de aquella lúgubre y oscura estancia.

Mientas las filas de esclavos iban saliendo de la casa, el sonido de unos cascos se alejaba apresuradamente de la escena. Los testigos afirmaron ver a los Lalaurie montar en su carruaje y salir huyendo del lugar, para no volver a la ciudad nunca más. Pues nunca más se supo de Madame Lalaurie y de su reputado esposo.

Pocos años después, la casa fue usada como refugio para vagabundos que decidían cobijarse del frío y las inclemencias del tiempo. Lo que no sabían es que muchos de ellos solo habían podido soportar una noche en aquella enorme casa. Decían que los muebles y las sillas se movían formando un gran estruendo en el primer piso, gritos y susurros provenientes de la zona baja les hacia estremecer, y finalmente, las sombras con la silueta de una mujer que se detenía ante ellos, como si les observara con odio y rencor, invitándoles a marcharse de aquella casa en la que el mal y el dolor estaba presente en todas y cada una de sus habitaciones.

Algunos voluntarios del ayuntamiento, expusieron que la gran mansión situada en el 1140 de la calle Royale podría ser un perfecto colegio para las niñas de la ciudad que no pueden permitirse un colegio de pago. Por votación, los ciudadanos lo vieron como una gran idea y aprobaron la propuesta. Las obras de acondicionamiento no duraron mucho, pues los daños producidos por el gran incendio no fueron tan graves, y únicamente tuvieron que limpiar y pintar las paredes de los dos primeros pisos, montando algunas mesas adecuadas para poder dar clase.

Los primeros días de colegio, eran una gran alegría tanto para las niñas como para sus profesoras, pero aquella sensación de felicidad y nuevos propósitos, fue mermando con el paso de las semanas. Las niñas que querían utilizar los aseos, tenían miedo de salir de sus clases, pues les decían a sus maestras que un hombre con traje negro no dejaba de mirarlas desde las escaleras.

Incluso las propias profesoras se quejaron de que los elementos de clase se movían a su voluntad, cambiando de sitio los libros y las tizas; cuando llegaban a primera hora de la mañana, había nombres, dibujos extraños y grabados dibujados en las pizarras, sabiendo que cuando habían salido todas del edificio el día anterior, las pizarras estaban completamente limpias.

Al final decidieron abandonar el colegio; decían que los espectros que lo habitaban hacían imposibles las clases, acosando tanto a niñas como a docentes, habiendo aguantado únicamente el plazo de un mes dentro de aquel enorme y tenebroso edificio, dejándolo de nuevo abandonado durante algunos años más. Momento en el que un empresario decidiera comprar la mansión y acondicionarla de tal forma, que pudieran arrendarse sus enormes estancias como apartamentos individuales.

Lamentablemente el negocio no duró demasiado. Los inquilinos se quejaban de que los gritos y lamentos que escuchaban durante la noche no les dejaba descansar, incluyendo las extrañas presencias que veían caminar a lo largo de los pasillos, y que posteriormente se difuminaban al llegar a la pared. Los definían como mujeres vestidas con ropajes de mediados del siglo XIX.

El dueño del edificio se extrañó mucho cuando escuchaba las quejas de sus inquilinos, y simplemente lo atribuyó a las tuberías o al suelo que ya eran bastante antiguos, los cuales sería conveniente sustituirlos, esperando que aquellos sonidos molestos acabasen.

La gran sorpresa llegaría cuando los obreros levantaron el suelo del tercer piso, dejando al descubierto más de setenta y cinco esqueletos, tanto de hombres, mujeres y niños, que seguramente Madame Lalaurie había enterrado allí hace más de cien años, después de haberlos torturado cruelmente. Algunos de aquellos cuerpos, mostraban marcas de cortes profundos, e incluso les faltaba algunas de sus extremidades.

A raíz de esto, los cuerpos fueron exhumados y el edificio clausurado por el ayuntamiento de manera indefinida. La calle Royale fue convirtiéndose en un reclamo para los amantes del misterio de mediados del siglo XX; donde algunos de ellos lograban colarse dentro de la mansión, para volver a salir a los pocos minutos porque el ambiente que había dentro de ella, era casi insoportable.

Según los investigadores que conseguían acceder a sus estancias, la definían de esta manera: "La sensación de pesadez y de ser observado por mil ojos, te golpeaba desde el primer momento que ponías un pie en ella".
Nicolas Cage
(Foto: nydailynews.com)

A finales de abril de 2007, el conocido actor y productor californiano, Nicolas Cage, logró adquirir la gran mansión a través de la prestigiosa inmobiliaria Hancock Park Real State Company, que había adecuado la casa para que volviera a hacer la función de un hogar familiar, y que habría vendido al actor por 3,5 millones de dólares.

La familia Cage residió en la casa durante varios años, utilizándola como zona de descanso para el actor, el cual decía que las leyendas que existían sobre aquel enorme edificio eran ciertas, pero que no le molestaban las presencias y los sonidos. Según decía, le daban encanto a la casa, la hacían más personal e interesante.

Tristemente, la mansión salió a subasta en noviembre de 2009, la cual fue el desencadenante de una ejecución hipotecaria bancaria, y que los Cage no pudieron hacer frente, siendo finalmente adquirida por una financiera sita en la propia ciudad de Nueva Orleans, la Regions Financial Corporation que pagó por ella una suma de 2,7 millones de dólares. A día de hoy, todavía no han conseguido vender completamente el inmueble, pues únicamente algunos personajes adinerados han logrado adquirir algunos de los apartamentos reformados.

Afortunadamente, si llamamos para pedir el permiso de la propia financiera y pagando un módico precio de 30 dólares, tendremos la posibilidad de acceder al interior de la gran casa Lalaurie y realizar las visitas e investigaciones que deseemos, durante un día y una noche completos en la estancia que elijamos; incluida la tenebrosa sala de torturas de la tercera planta.

¿Nos acompañan...?


FUENTES:
www.fimlaffinity.com
www.tripadvisor.es
www.taringa.net
enigmasylugaresmisteriosos.blogspot.com
www.newoelwansghost.com/haunted_new_orleans.html






LA ENIGMÁTICA MUERTE DE UN VIRREY

JOSEP MARÍA OSMA BOSCH

Durante la primera mitad del siglo XVII, Mallorca estaba inmersa en un cáos de orden público; por una parte estaba la guerra abierta desde finales del siglo XV que protagonizaban los Canamunts y Canavalls, clanes poderosos familiares nobiliarios, y por otro lado estaba el terror impuesto por el bandolerismo escenificado por los bandejats, personas que únicamente se dedicaban a sustraer lo ajeno y los bandolers, que a diferencia de los anteriores, eran los realizadores de delitos comunes, asaltantes de caminos y propiedades urbanas y rurales, violadores de mujeres, llegando incluso al asesinato, a veces contratado por esas familias nobiliarias que se mataban entre ellos, como los casos, y sirva de botón de muestra, las muertes en el 1615 de Arnau de Santacilia en la possesió de Alfabia y la del Magistrado de la Real Audiencia Jaume Joan de Berga perpetrado en el 1619.

(Foto: Archivo Josep María Osma Bosch)
A pesar del gran denuedo puesto por el poder legal, en este caso la Justicia y el virrey, a veces la lucha contra esas personas fuera de la Ley hacia imposible su represión, aunque en alguna ocasión daba fruto el trabajo, como la gran batida del año 1666 organizada por el virrey Rodrigo de Borja y LLansol, y en colaboración del pueblo llano y la Iglesia, en la que fueron abatidos muchos bandolers, y capturado un centenar: 73 de la parte de los Canamunts y 27 pertenecientes a los Canavalls, entre ellos el famoso Moyana, natural de Montuïri y autor de más de dos docenas de asesinatos.

El 22 de octubre de 1644, un nuevo virrey, designado por el propio rey Felipe IV, llegaba a Ciutat de Mallorca; se trataba de José Pérez de Pomar y Torres de Mendoza, noble aragonés con fama de hombre enérgico y de mano dura. Al maño le acompañaban dos personas: su joven esposa, Teresa María Gómez de Sanabria y de Ponce de León, futura co fundadora en el año 1662, del convento, en Ciutat, de las Capuchinas de la Purísima Concepción; y del procurador real Miquel Sureda i Vivot. A bordo de un carruaje, y escoltado por tropa armada, tras recorrer algunas calles de la ciudad, prestaba juramento de su nuevo cargo en la Seu.

El nuevo virrey pronto se puso manos a la obra para el cargo que se le había encomendado. Él mismo sacó de un navío a un bandoler, violador de mujeres, que intentaba escaquearse junto a otros indultados, dándole horca; a otro forajido, Pere Venteyol, lo extrajo, a pesar del asilo eclesiástico de la iglesia de els Dolors de Manacor, y tras darle muerte a garrote vil lo devolvió al templo; este atrevimiento le valió ser mal visto por la vicaria general y excomulgado por el obispo Tomás de Rocamora; para su perdón, el virrey tuvo que abonar 400 lliures mallorquines y una lámpara de plata, más una manda pía a la viuda del malhechor para sufragio de misas por su alma.

Al anochecer del 20 de julio de 1645, nuestro aguerrido virrey, con una fuerte escolta y acompañado por magistrados, estando en persecución de unos bandolers por un camino de ronda alto de la muralla, entre la Porta Pintada (actual Plaza de España)y el baluarte de Sanoguera (frente al convento de Capuchinos),y según versión oficial, se le desbocó el caballo precipitándose los dos al foso de la fortificación defensiva; el equino falleció al momento y tres días más tarde lo hacía el virrey.

(Foto: Archivo Josep María Osma Bosch)
Otras versiones del suceso, en boca de la Vox populi, dicen que al caballo se espantó con una sombra proyectada por la luna; otra que José Pérez de Pomar... sufrió un atentado al ponerle azogue en las orejas de su caballo, y la más popularizada, es la que el virrey, amparándose en la noche, salió a escondidas a un encuentro amoroso por la possesió (predio) de la Vinyassa (actual calle homónima).

Las horas transcurridas del virrey luchando contra la muerte, en todos los templos de la ciudad se ejercían rogativas para su sanación; incluso se tiene constancia que más de mil mujeres, algunas auto disciplinándose, posesionaron por las calles de Ciutat; presidía la manifestación la milagrosa imagen de la Santa Faz, cuya custodia se halla en el monasterio de las Madres Agustinas del Amparo, en la palmesana calle de la Concepció.

Hoy en día, en la esquina de la avenida Alexandre Rosselló, con la calle Gilabert de Centelles, hay una cruz de piedra, aunque algo desplazada del lugar exacto del suceso, y en cuya inscripción nos recuerda la enigmática muerte del virrey:

MURIO DE AQUÍ DES
PEÑADO A CAVALLO
D. IUSEPE DE TORRES
VIREY. AÑO 1645.





domingo, 3 de noviembre de 2013

LA MANO DEL MORO (SA MÀ D´ES MORO)

JOSEP MARÍA OSMA BOSCH

Que succeí á na María                     Que le sucedió a María
Amb so moro, he sabre prést:          Con el moro, lo sabré pronto:
Per are bastará sabré                      Por ahora bastará saber
Que desde es primé moment            Que desde el primer momento
Es qu´es véran dins a casa              Cuando se vieron dentro de la casa
Aquells pareya d´estornells              Aquella pareja de estorninos
Cadascú amb malicia ò sense           Cada uno con malicia o sin
Se digue per sí mateix:                    Se dijo para sí mismo
--¡Ay, quina atl´ta mes guapa!          --¡Ay, que chica más guapa!
--¡Jesús, quin jove més bell! (*)         --¡Jesús, que joven más hermoso!


Calle de la Mà del Moro en Palma
(Foto: Archivo Josep María Osma Bosch)
Casi a mediados del siglo XVIII, el presbítero Martí Mascort, su sobrina María y una criada, moraban en una casa de la calle Montenegro. De súbito, su vida económicamente cambió por completo al hallar, tras unos trabajos de albañilería en su hogar, dos ollas rebosantes de monedas de oro; con parte de ese dinero, adquirió un esclavo moro.

Ahmed, que era como se llamaba el esclavo, con su aspecto varonil y de buenos modales, no tardó en conquistar el corazón de María, jurando por Alá llevarla a su país, donde su padre era el rey, allí se casarían y después, pasado un prudencial tiempo, volverían a Mallorca para solicitar el perdón de su tío, el cura Mascort.

Tras haber planeado la huida, decidieron que sería antes del toque de queda del 18 de octubre de 1731. Llegó ese día y al embarcar al navío, en el cual ya tenían apalabrado el pasaje, el patrón les solicitó más dinero de lo acordado. En ese momento, Ahmed recordó la olla de monedas del presbítero y amparándose en la oscuridad de la noche, entró en el dormitorio de Martí buscando el tesoro, pero a pesar de su sigilo, el sacerdote se despertó chillando. Fue cuando el agareno lo acuchilló sin piedad hasta acabar con su vida. Solo habían transcurrido unos segundos cuando, al intentar huir, fue detenido por la ronda de alguaciles, sus manos llenas de sangre lo delataron; por su parte, su amante, fue llevada a un convento de clausura donde permanecería hasta su óbito.
(Foto: Archivo Josep María Osma Bosch)

Ahmed, después de ser detenido y delatado por los vecinos del cura, fue torturado y confesó su crimen. El 15 de noviembre del mismo año, se le notificó la sentencia a pena capital, previa arrastación de su cuerpo y amputación de la mano derecha, con la que había cometido el crimen. El moro, queriendo evitar en vida ese suplicio, se convirtió al cristianismo, siendo bautizado y apadrinado por el alcaide de la cárcel y la esposa de éste. Tras haber recibido el sacramento, fue subido al patíbulo instalado en el Born donde dando la espalda al gentío allí congregado, fue ejecutado.

Una vez sin vida, se le cortó la mano diestra, que fue depositada dentro de una hornacina enrejada en la fachada donde se produjo el asesinato. Su cuerpo fue despedazado para posteriormente ser quemado en el lavadero del monasterio de Itria, cenobio que se hallaba a la mitad de la actual calle de 31 de Diciembre. Su cabeza fue expuesta públicamente en Es Born.

Sobre su mano cortada, hay quienes aseguran que permaneció muchos lustros a la vista de los visitantes; según el Archiduque Luis Salvador de Austria en su libro "La Ciudad de Palma", nos dice que en el año 1880 al visitar la mano cortada de Ahmed, la hornacina estaba vacía. Hay gente que asegura que por las noches en la calle de Sa Mà d´es Moro, más que calle es un estrecho y corto callejón que enlaza las calles de Estanc y de Montenegro, cuya nomenclatura ya se halla documentada a finales del siglo XVIII, perciben extraños ruidos y que el espectro de Ahmed, sin su mano derecha, deambula como alma en pena.

(*) Fragmento de la Rondaya Histórica "Samá des Moro", Revista Crónica "L`Ignnorancia", nº 88, febrero de 1881.