LA REALIDAD OCULTA

TE INVITAMOS A VIAJAR CON NOSOTROS A TRAVÉS DE LA LÍNEA DIVISORIA QUE
SEPARA LA REALIDAD DE LA FANTASÍA.
José María Ibáñez.

domingo, 3 de noviembre de 2013

LA MANO DEL MORO (SA MÀ D´ES MORO)

JOSEP MARÍA OSMA BOSCH

Que succeí á na María                     Que le sucedió a María
Amb so moro, he sabre prést:          Con el moro, lo sabré pronto:
Per are bastará sabré                      Por ahora bastará saber
Que desde es primé moment            Que desde el primer momento
Es qu´es véran dins a casa              Cuando se vieron dentro de la casa
Aquells pareya d´estornells              Aquella pareja de estorninos
Cadascú amb malicia ò sense           Cada uno con malicia o sin
Se digue per sí mateix:                    Se dijo para sí mismo
--¡Ay, quina atl´ta mes guapa!          --¡Ay, que chica más guapa!
--¡Jesús, quin jove més bell! (*)         --¡Jesús, que joven más hermoso!


Calle de la Mà del Moro en Palma
(Foto: Archivo Josep María Osma Bosch)
Casi a mediados del siglo XVIII, el presbítero Martí Mascort, su sobrina María y una criada, moraban en una casa de la calle Montenegro. De súbito, su vida económicamente cambió por completo al hallar, tras unos trabajos de albañilería en su hogar, dos ollas rebosantes de monedas de oro; con parte de ese dinero, adquirió un esclavo moro.

Ahmed, que era como se llamaba el esclavo, con su aspecto varonil y de buenos modales, no tardó en conquistar el corazón de María, jurando por Alá llevarla a su país, donde su padre era el rey, allí se casarían y después, pasado un prudencial tiempo, volverían a Mallorca para solicitar el perdón de su tío, el cura Mascort.

Tras haber planeado la huida, decidieron que sería antes del toque de queda del 18 de octubre de 1731. Llegó ese día y al embarcar al navío, en el cual ya tenían apalabrado el pasaje, el patrón les solicitó más dinero de lo acordado. En ese momento, Ahmed recordó la olla de monedas del presbítero y amparándose en la oscuridad de la noche, entró en el dormitorio de Martí buscando el tesoro, pero a pesar de su sigilo, el sacerdote se despertó chillando. Fue cuando el agareno lo acuchilló sin piedad hasta acabar con su vida. Solo habían transcurrido unos segundos cuando, al intentar huir, fue detenido por la ronda de alguaciles, sus manos llenas de sangre lo delataron; por su parte, su amante, fue llevada a un convento de clausura donde permanecería hasta su óbito.
(Foto: Archivo Josep María Osma Bosch)

Ahmed, después de ser detenido y delatado por los vecinos del cura, fue torturado y confesó su crimen. El 15 de noviembre del mismo año, se le notificó la sentencia a pena capital, previa arrastación de su cuerpo y amputación de la mano derecha, con la que había cometido el crimen. El moro, queriendo evitar en vida ese suplicio, se convirtió al cristianismo, siendo bautizado y apadrinado por el alcaide de la cárcel y la esposa de éste. Tras haber recibido el sacramento, fue subido al patíbulo instalado en el Born donde dando la espalda al gentío allí congregado, fue ejecutado.

Una vez sin vida, se le cortó la mano diestra, que fue depositada dentro de una hornacina enrejada en la fachada donde se produjo el asesinato. Su cuerpo fue despedazado para posteriormente ser quemado en el lavadero del monasterio de Itria, cenobio que se hallaba a la mitad de la actual calle de 31 de Diciembre. Su cabeza fue expuesta públicamente en Es Born.

Sobre su mano cortada, hay quienes aseguran que permaneció muchos lustros a la vista de los visitantes; según el Archiduque Luis Salvador de Austria en su libro "La Ciudad de Palma", nos dice que en el año 1880 al visitar la mano cortada de Ahmed, la hornacina estaba vacía. Hay gente que asegura que por las noches en la calle de Sa Mà d´es Moro, más que calle es un estrecho y corto callejón que enlaza las calles de Estanc y de Montenegro, cuya nomenclatura ya se halla documentada a finales del siglo XVIII, perciben extraños ruidos y que el espectro de Ahmed, sin su mano derecha, deambula como alma en pena.

(*) Fragmento de la Rondaya Histórica "Samá des Moro", Revista Crónica "L`Ignnorancia", nº 88, febrero de 1881.




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