José María Ibáñez
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Foto: Planetamisterio |
Mes de julio de 2021. En la sala habilitada para tal menester no cabía ni un alfiler. La rueda de prensa, convocada por el profesor Derek Abbot, catedrático de la Universidad de Adelaida (Australia) y prestigioso experto en ADN, muy conocido por su inestimable colaboración con las autoridades para la resolución de casos policiales complejos que requerían de sus conocimientos y, Collen Fitzpatrick, experta forense especializada en casos sin resolver.
El semblante del catedrático, mientras se acomodaba en la tribuna, frente a un expectante grupo de periodistas, reflejaba una muestra de alegría y satisfacción. Estaba preparado para comunicar aquella noticia que, con toda seguridad, iba a ocupar las portadas de los rotativos y de los noticieros y programas de máxima audiencia de las cadenas televisivas locales. Pero, esta vez, su comunicado superaría todas las expectativas y cuando lo hizo, esbozando una sonrisa que no cabía en su rostro, un murmullo se adueñó de aquella repleta estancia.
"Voy a rebelarles la verdadera identidad del "hombre de Somerton", acababa de informar. Si aquella noticia que Abbot había comunicado era cierta, se preguntaban los reporteros asistentes, el profesor había resuelto el caso más misterioso de la historia de la crónica negra australiana, un enigma que ha permanecido en la oscuridad más de setenta años, desde aquel lejano 1 de diciembre de 1948, cuando fue descubierto el cadáver de un hombre en la playa de Somerton, en Adelaida.
Cabe señalar que, en la época del descubrimiento del cadáver, el suceso fue seguido por el púbico australiano como si se tratara de una novela policiaca por entregas, con todos los ingredientes de acabar convirtiéndose en un best seller: descubrimiento de un cuerpo desconocido, identificaciones falsas o equivocadas, una más que dudosa autopsia, ropa con las etiquetas arrancadas, una valija olvidada, un libro enigmático, una anotación codificada que nadie hasta hoy a sido capaz de descifrar.
"Fue como escalar el Monte Everest, con una mezcla de euforia por estar en la cima, pero también de cansancio y agotamiento", manifestaba el profesor Abbott. Para, a continuación, dar el nombre que todos los asistentes estaban impacientes por conocer, pero que nadie, hasta ahora, sabía. "El hombre de Somerton", era, en realidad, Carl Webb", dijo el Catedrático de la Universidad de Adelaida visiblemente emocionado.
Es hora de hacer un alto en el camino y conocer el desarrollo de los acontecimientos. El 1 de diciembre de 1948, el cuerpo sin vida de un hombre fue descubierto a las seis y media de la mañana en a playa de Somerton, Adelaida (Australia). Lo descubrió un vecino que había salido de su casa temprano para ir a pasear. Estaba boca abajo, sobre la arena, con la espalda y la cabeza apoyadas en una roca, un cigarrillo marca Kemsitas, colocado sobre la oreja derecha y un paquete de cigarrillos de otra marca, Army Club, en el interior de uno de los bolsillos de la americana, junto con una caja de cerillas y un paquete de chicles. Iba elegantemente vestido, con traje, pero sin sombrero, algo inusual en aquella época. No llevaba ningún tipo de documentación y todas las etiquetas de su ropa habían sido arrancadas.
Al día siguiente, 2 de diciembre, los dos diarios de Adelaida, The Advertiser y The News, se hacían eco de la noticia, aunque sin publicar ninguna fotografía del hombre fallecido, ya que la policía no las había suministrado. Los dos rotativos citaban como procedencia fuentes de investigación pero, The Advertiser daba la sensación de tener más información que su competidor, ya que incluía en la noticia la identidad del fallecido. Bajo el título de "Cadáver descubierto en la playa", informaba: "Ayer por la mañana se descubrió el cadáver, presumiblemente de E.C. Johnson, de cuarenta y cinco años, de la calle Arthur, Payneham, en la playa de Somerton, frente a Crippled Children´s Home. Fue descubierto por el Sr. J. Lyons, de la calle White, Somerton. El detective H. Strangway y su ayudante J. Moss están investigando.
La respuesta a tal noticia no se hizo esperar. Aquella misma tarde un hombre indignado se presentaba en la comisaría. Era un tal E.C. Johnson, que pidió de muy mala manera que desmintieran urgentemente la noticia publicada en la prensa aquella misma mañana porque, "como muy bien habían podido comprobar, él estaba vivito y coleando".
Los investigadores policiales decidieron entregar una fotografía del finado a The News, para que fuera publicada, en un desesperado intento de que alguien identificara al hombre de la playa. A The Advertiser, en cambio, no le dieron ninguna foto, por haber publicado anteriormente información que no había sido contrastada.
El día 4 de diciembre, la policía informaba que las huellas dactilares del desconocido no figuraban en los registros de la "policía de Australia del Sur y que se iba a investigar fuera de la región". Un día después, el 5 de diciembre, The Advertiser, publicaba que la policía estaba investigando y buscando información en archivos militares, "después de que un hombre dijera que estuvo bebiendo con una persona muy parecida al muerto en un hotel de Adelaida, el 13 de noviembre. Aquel hombre misterioso le mostró una tarjeta de pensión militar que llevaba impreso el nombre de Solomonson".
Entre las pertenencias del desconocido se encontró, en uno de sus bolsillos, un papel manuscrito con las palabras "Taman Shud", cuyo significado es, al parecer, "terminado" en persa. La policía descubrió que aquel pedazo de papel había sido arrancado de la página de un libro de poesía titulado "El Rubaiyat", una colección de hermosas cuartetas (poemas de cuatro versos" atribuido a Omar Khayyam, poeta, matemático y astrónomo persa del siglo XI. Este descubrimiento puso en marcha a los investigadores en busca del libro en cuestión. Más tarde lo hallaron en el interior de un vehículo estacionado no muy lejos del lugar del macabro descubrimiento. Entre las páginas de libro hallaron, manuscritos, un conjunto de códigos y símbolos indescifrables, y un número de teléfono perteneciente, al parecer, a una mujer que vivía por aquella zona.
En lo referente al número de teléfono, efectivamente, pertenecía a una enfermera, Jessica Thomson, que residía a unos cuatrocientos metros del lugar. La policía se presentó en casa de la enfermera y la mujer que abrió la puerta, según los investigadores, se puso considerablemente nerviosa y les pidió a los detectives que volvieran después de que su marido se fuera a trabajar.
Cuando más tarde regresaron, la enfermera confesó que en 1945 le había regalado aquel libro a un teniente del ejército con el que mantenía una relación amorosa llamado Alfred Boxall, que servía en la Sección de Transporte Marino de la Armada Australiana. Relató que había dejado de ver a Boxall al término de la guerra y poco después se casaba con su actual marido. Casi había olvidado al militar cuando, en 1948, no recordaba el mes exacto, Alfred la había llamado por teléfono, pero ella le había dicho que le era imposible quedar con él, que estaba felizmente casada. Ese, les aseguró la enfermera, fue su último contacto. Los investigadores, en un principio, no la creyeron, y se marcharon con la mosca detrás de la oreja.
De pronto, las dos hipótesis parecía converger. Evidentemente, dedujeron los investigadores policiales, el hombre era un espía y él era el autor de aquel mensaje escrito y codificado en el libro y, además era, o había intentado ser amante de la enfermera. Tal vez, esto último la había costado la vida, cuando quiso volver a verla. Lo único seguro, es que habían conseguido un nombre, Alfred Boxall y, en principio, sabían donde localizarlo.
El exmilitar trabajaba en una compañía de transportes, donde disfrutaba de un alto cargo y un buen sueldo. Se alegró muchísimo de haber informado a los inspectores que estaba vivo, tal y como acababan de comprobar. Les confirmó que, efectivamente, había llamado por teléfono a su ex novia enfermera, pero cuando ella la había comunicado que estaba felizmente casada desistió de volver a verla. Y sí, ella le había regalado el libro, pero no sabía donde estaba, lo más seguro es que lo hubiera perdido, no recordaba dónde ni cuándo. Le preguntaron también por el supuesto mensaje codificado escrito en la última página del libro. No recordaba ningún escrito y no tampoco tenía la más remota idea de su significado.
La policía no lograba identificar al desconocido. Su apariencia era la de un hombre de mediana edad, entre cuarenta y cuarenta y cinco años, parecía gozar de buena salud y de estado físico. Medía un metro ochenta, tenía los ojos de color castaño claro, cabello rubio algo grisáceo, hombros anchos, ni rastro de barriga, manos finas y uñas impecables, que indicaban que no estaba acostumbrado a realizar trabajos manuales. Vestía ropa cara y de buena calidad: camisa blanca, corbata combinada de rojo y azul, pantalón marrón, calcetines y zapatos de color negro. Lo más sorprendente era que, aunque esos días hacía mucho calor, llevaba puestos un pullover marrón y una americana gris de corte europeo.
La autopsia tampoco reveló la causa de la muerte. El informe del patólogo forense dictaminó que, entre otras anomalías, el fenecido misterioso tenía, "un corazón de tamaño normal y también era normal en todos los demás aspectos", aunque sufría una "hemorragia gástrica aguda, congestión extensa del hígado y el bazo, congestión cerebral". Nada ni nadie logró determinar la causa de su muerte. En cambio se sabía que su última comida había sido una empanada. Por alguna razón que el forense no había podido o querido aclarar: "Estoy convencido que su muerte no fue natural, supongo que el veneno utilizado puede haber sido un barbitúrico o un hipnótico soluble". Ahí queda eso...
Decir que, durante los dos meses siguientes se hicieron ocho identificaciones más, todas ellas resultaron fallidas. "El "hombre de Somerton" fue sucesivamente, un leñador identificado como Robert Walhs, de setenta y tres años, un marinero que se había precipitado al mar desde un barco de vapor, un cuidador de caballos, un viajero sueco, un trabajador de una empresa británica..."
Y mientras el tiempo pasaba, fueron surgiendo por generación espontánea distintas teorías sobre la identidad del desconocido y las circunstancias de su muerte. Unos sugerían que se trataba de un espía en acción en plena Guerra Fría, sobre todo, debido a los enigmáticos e imposibles códigos imposibles de descifrar, y las misteriosas circunstancias que rodeaban su fallecimiento. Otros, por su parte, afirmaban que se trataba de un amante rechazado o alguien que estaba involucrado en algún asunto de carácter criminal. Sin embargo, ninguna de estas teorías llegaría a ser confirmada.
El 14 de enero de 1949, el caso parecía dar un paso adelante para su resolución cuando, el responsable de la estación del ferrocarril de Adelaida, se puso en contacto con la policía, ya que acababan de descubrir una valija en el interior de una taquilla que había sido depositada el día treinta del mes de noviembre anterior y nadie la había reclamado ni retirado. "Dentro de la valija, en realidad se trataba de un maletín bastante voluminoso, se hallaron dos pijamas, cuatro calzoncillos, unas pantuflas, un frasco de crema de afeitar, una navaja, un pantalón color marrón con restos de arena en el dobladillo, un destornillador, un carrete de hilo de coser, unas tijeras muy afiladas y un cuchillo de cocina".
Comentar que, en realidad, el mes de febrero, dos meses después del macabro hallazgo, los agentes policiales barajaban tres hipótesis, pero sin lograr ningún avance en la investigación. La primera que había fallecido de muerte natural, la segunda apuntaba a un hombre llegado de otra ciudad que acabaría asesinado por asuntos amorosos. La tercera, realmente, era la más interesante y la que más puntuación obtuvo a través de los lectores de los medios de comunicación que seguían paso a paso todas las novedades del suceso. Y es que, en plena Guerra Fría, parecía más que lógica la hipótesis del espía que había sido ejecutado por otro u otros espías, utilizando algún método que no dejaba rastro alguno, como suelen hacer los espías cuando acaban con la vida de otros espías en las novelas de espionaje y, también, según dicen, en la vida real.
Finalmente, y para dar más tiempo a la policía para seguir investigando hasta averiguar el nombre del desconocido y la causa de su muerte, el cuerpo fue embalsamado. Antes se fabricó un molde de yeso de su rostro para recordar su verdadero aspecto. A continuación, el cuerpo ya embalsamado, fue sepultado en el cementerio West Terrace de Adelaida, uno de los cementerios más antiguos y emblemáticos de la región, bajo una lápida que decía: "Aquí yace el hombre desconocido que fue encontrado en la playa de Somerton el 1º de diciembre de 1948",
Y allí ha permanecido setenta y tres años, sin que se supiera quien era ni la causa de su fallecimiento. Hasta que el doctor Derek Abbott, ha logrado descubrir la verdadera identidad del misterioso "hombre de Somerton". Su nombre Carl Webb, ingeniero electrónico nacido en 1905 en un suburbio de Melbourne.
Efectivamente, el doctor Derek Abbott, Catedrático de la Universidad de Adelaida y prestigioso experto en ADN, muy conocido por su inestimable colaboración con las autoridades en la resolución de casos policiales complejos que requieran de sus conocimientos y habilidades, todavía no había nacido en diciembre de 1948 pero, como otros muchos ciudadanos australianos era conocedor de la historia del "hombre de Somerton". Y así fue como, un día, en el transcurso de una conversación que estaba manteniendo con la experta forense Collen Fitzpatrick, especializada en casos sin resolver, se le ocurrió la feliz idea de aunar sus conocimientos para tratar de descubrir quien era aquel misterioso hombre.
No les resultó nada sencillo, más que nada por las trabas burocráticas que debieron sortear. Finalmente, después de mucho insistir ante la justicia australiana, a principios de 2021, Abbott y Collen consiguieron la orden judicial para la exhumación del cadáver embalsamado y así permitirles realizar un estudio comparativo de ADN en busca de algún resultado satisfactorio.
Trabajando codo con codo, el catedrático y la forense, han conseguido edificar un árbol genealógico utilizando los cabellos del fallecido: han reducido posibilidades hasta dar con su verdadero nombre. A continuación han comparado los restos de ADN de familiares lejanos que todavía están vivos y encontrar las coincidencias. Los familiares comentaron que nunca habían conocido a Webb, fallecido antes de que ellos nacieran, pero si que lograron aportar un dato: la boda de Derek Webb con Doroth Robertson.
"Tenemos pruebas de que Webb se había separado de su esposa y que ella se había mudado al sur de Australia. Posiblemente vino a buscarla", les dijo Abbott a los periodistas antes de finalizar la rueda de prensa.
Han pasado más de siete décadas desde aquel día, 1 de diciembre de 1948, cuando fue hallado el cadáver del "hombre de Somerton". El enigma de su identidad se he resuelto, pero aún quedan otros misterios por desvelar, sobre todo, la verdadera causa de su muerte.
Hoy en día, Carl Charles Webb, conocido como el "Hombre de Somerton", yace sepultado en el West Terrace Cemetery de Adelaida, Australia del Sur. Su tumba se encuentra en la sección Plan 3, Fila 12, Sitio 106. Este cementerio es uno de los más antiguos y emblemáticos de la región.
FUENTES CONSULTADAS:
*es.wikipedia.org.
*www.muyinteresante.com.mex
*www.infobae.com
*www.casocriminal.org.
*www.perfil.com
*www.surnoticias.com
*www.lamentiraestaahifuera.com